Entramos a sesión.

Era una de esas de calibración, para definir qué íbamos a trabajar los próximos meses.

A mitad de la conversación me dice, entre risas:

“Inicié con el cliente…

y no implementé nada de lo que hablamos.

Y por eso fue que pasó.”

Las dos nos miramos y sonreímos.

Y ahí fue cuando le dije:

“Antes que nada… ¡Felicidades! Cerraste tres clientes. Eso ya es un win.”

Porque hay dos formas de aprender:

A través de nuestras propias caídas.

A través de lo que otros ya vivieron.

Y hay clientes que necesitan ese pequeño caos para recordar el porqué de lo que definimos juntas.

Eso no significa que estén mal.

Significa que están en proceso.

Cada quien tiene su ritmo.

Poner límites,

negociar con claridad,

definir procesos...

requiere práctica, no perfección.

Y aunque no lo apliques todo de una vez,

cuando vives en carne propia lo que no funciona,

el contraste se vuelve tan claro

que ya no puedes dejar de verlo.

Y lo más lindo:

al siguiente cliente, ya lo haces diferente.

Con más intención, con más claridad, con más presencia.

Llega un punto en el que todo fluye

y ese nuevo enfoque se vuelve parte de ti.

Pero el primer paso es reconocerlo.

Y el segundo, tener una guía para integrarlo.

Y eso, ya lo teníamos.

Al segundo cliente, aplicó todo lo que creamos y funcionó.

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Happy experimenting,

Karla Massiel

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