Dicen que las últimas palabras de un músico no se escriben con tinta…

Se tocan.

Y si hay un compositor que sabía cómo ponerle música al alma, ese era Chopin.

Un genio melancólico.

Introvertido.

Tan frágil de salud como potente al piano.

Un poeta del teclado, vaya.

Pero ¿sabes qué obra pidió Chopin para su funeral?

Te doy una pista: no era una de las suyas.

No eligió una sonata heroica.

Ni una polonesa épica.

Ni siquiera una mazurca de esas con sabor a su tierra natal.

Era el Réquiem de Mozart.

Sí, como lo oyes.

Chopin, que había escrito algunas de las piezas más emocionales y bellas para piano, quiso que en su último adiós sonara la música de otro.

Pero no solo sonó Mozart.

🎹 También se interpretaron tres piezas suyas:

• El Preludio nº4 en mi menor Op.28,
• El Preludio en si menor,
• Y el tercer movimiento de su Sonata nº2 en si bemol menor, conocido como la Marcha Fúnebre.

🎼 El Preludio nº4 en mi menor (Op.28) es una pieza que me pone los pelos de punta cada vez que la toco.

Y no porque sea técnicamente difícil (que no lo es),

sino porque… tiene alma.

Es melancólica, pero no triste.

Es íntima, pero no frágil.

Es sencilla, pero no simple.

Es como si en cada compás se condensara una vida entera.

Como si con esas pocas notas quisiera decirle adiós al mundo… con la misma delicadeza con la que compuso su vida.

🎹 Hoy quiero compartirte mi interpretación de esta pieza.

No porque sea perfecta —ni de lejos—

sino porque cada vez que la toco… siento que me habla.

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Como se escucha a alguien que ya no está… pero dejó una nota escrita para ti.

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Porque si vas a tocar…

que sea con el corazón por delante.

Un abrazo y a por el viernes,

Javi 

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