Hace unos años me encontré en redes a esta chica de Colombia que como proyecto de la universidad se comprometió a confrontar un miedo cada día durante 100 días.

Me llamaba mucho la atención la cantidad de miedos que tenía, desde estar desnuda en público, a tirarse de un paracaídas, a que una multitud en un concierto la levantara y arrastrara por la cancha en andas.

Me acuerdo que lo encontré lo máximo.

Pensaba que me encantaría hacer varias de esa cosas que a ella la atemorizaban.

Y ahora pensando en ello me doy cuenta que quizás yo tenía también ciertos temores, pero que se expresaban como timidez o como una dejadez al momento de hacer ciertas cosas.

Como una inacción.

Me quedo en casa no veo a nadie, miro una serie.

No puedo algo nuevo, no conecto con lo que me mueve, no profundizo en mis ideas.

Dejo que la vida me arrastre.

Quizás por eso la dosis más letal de miedo es la pequeña. Esa que es casi imperceptible, que se disfraza de flojera o “lata”.

La que te paraliza un poquito cada día.

La que te hace evitar conversaciones difíciles, la que que te hace rodar en la cama para no levantarte, la que no te permite levantar la mano, la voz, hacer las maletas tomar el avión, subir la montaña.

Todo eso.

Y muchísimo más.

Es lo que nos hace callar cuando vemos algo que no está bien.

Es lo que nos aplasta.

¿Cuál es la solución?

Para el puercoespín es el amor, el asombro, la maravilla…

Por eso en el curso de Milagros se dice que el opuesto del amor no es el odio si no el miedo.

El antídoto que es el amor.

Pero ese necesita riego. El amor se alimenta con amor. Ese es su agua su sol, su todo.

Pronto grabaré una meditación para trabajar el miedo.

Vela a partir de este jueves en Youtube y practícala conmigo. Para que no se te pase, sígueme en el canal.

Y si antes te atreves a enfrentar un miedo y me lo cuentas en una historia de Instagram te meto en la tómbola para ganar una sesión de Desbloquea. ;).

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