🟠🎹 El arte de tocar mal, pero con estilo
Nov 10, 2024 10:06 am
Vamos a empezar con una confesión: todos tocamos mal alguna vez.
Sí, incluso aquellos que se suben al escenario con la cara seria y la espalda más recta que un palo de escoba.
Tocar mal no es un pecado; de hecho, puede ser un arte.
Un arte que consiste en dejarse llevar, en sentir cada tecla bajo los dedos como si tuvieras un millón de historias que contar.
No necesitas ser perfecto, necesitas ser memorable.
Y ser memorable rara vez se consigue siguiendo las reglas.
Hablemos de Glenn Gould.
Este genio del piano clásico era famoso por su manera única de tocar.
¿Quién más se atrevía a tocar sentado en una silla ridículamente baja, tan baja que parecía que estaba tocando un piano invisible desde un sótano?
Sus dedos volaban por las teclas mientras su cuerpo se encogía sobre el piano, tarareando a su antojo como si fuera una banda sonora interna.
Y, ¿sabes qué?
Gould rompió moldes y se ganó su lugar en la historia, no porque siguiera las normas, sino porque las destrozó.
Glenn Gould tocaba Bach como si fuera rock and roll.
No buscaba la perfección. Buscaba la intensidad.
Cada nota que tocaba estaba cargada de su personalidad única, de esa mezcla de talento puro y de no darle a las normas la más mínima importancia.
Y es que, cuando tocas con ganas, el público no se fija en si tocas cada nota al pie de la letra, se fija en cómo las haces sentir.
Otros ejemplos sobran.
¿Conoces a Jerry Lee Lewis?
Este tipo se levantaba del taburete en medio de una canción, pateaba el piano, y de repente saltaba sobre él, mientras seguía tocando con los pies.
Sí, con los pies.
Jerry Lee entendió desde el primer momento que el piano no era solo un instrumento, sino un escenario.
Que tocar no era solo cuestión de dedos, sino de alma, de corazón, y a veces, de zapatillas.
Y eso, querido lector, es el verdadero secreto del arte de tocar mal, pero con estilo: la actitud.
No se trata de si tocas cada nota perfecta, sino de cómo haces que esas notas cobren vida.
Es como bailar: si te esfuerzas demasiado en seguir cada paso al milímetro, te pierdes la música.
Pero si te lanzas a la pista y dejas que el ritmo te lleve… ¿qué más da si te tropiezas de vez en cuando?
Ejercicio 1: “La revolución de tocar mal”
Venga, vamos a empezar con algo sencillo pero liberador.
Toca tu canción favorita… pero hazlo mal.
No, no es una broma.
De hecho, es un gran ejercicio.
Toca sin preocuparte de acertar todas las notas.
Añade un par de notas inventadas.
Cambia el ritmo.
Haz lo que te dé la gana.
Déjate llevar por lo que sientes, no por lo que piensas.
Y al final, pregúntate: ¿cómo te sentiste? ¿Mejor? ¿Más libre?
¡Esa es la clave!
Descubre la alegría de tocar sin miedo al juicio, sin expectativas.
¡Esa libertad es lo que hace que la música sea emocionante!
Ejercicio 2: “Improvisación a ciegas”
Cierra los ojos.
Sí, literalmente, cierra los ojos y deja que tus dedos hagan lo que les dé la gana.
No pienses.
No planees.
Imagina que estás en un concierto donde todos están borrachos (tú incluido), y que nadie espera nada de ti, salvo que te diviertas.
¿Qué suena? ¿Qué notas tocas?
Puede que suene genial o que suene como una pelea entre gatos y cacharros.
No importa.
La idea es que descubras nuevas combinaciones, nuevos caminos para tus manos, y que te rías de ti mismo en el proceso.
Ejercicio 3: “Convierte los errores en arte”
Ahora, sube un poco más el listón.
Vamos a trabajar en esos momentos incómodos cuando te equivocas.
Toca una pieza de memoria, la que quieras, pero cuando cometas un error (y seguro que lo harás, porque todos lo hacemos), no te detengas.
Al contrario, toma ese error y repítelo como si fuera parte de la pieza.
Cambia de dirección, juega con él, dale vida.
Aprende a hacer que tus errores no sean interrupciones, sino oportunidades para crear algo diferente.
Así es como los grandes artistas convierten lo accidental en algo intencional.
El reto: Tocar mal, pero con ganas
Ahora que ya has soltado las manos y la cabeza, quiero proponerte un reto.
Sal ahí fuera y toca como te salga del alma.
En casa, en un parque, en una fiesta de cumpleaños, donde sea.
Prométete a ti mismo que, al menos una vez a la semana, vas a tocar sin miedo, sin vergüenza, sin importar si suena bien o mal.
Toca como si nadie te escuchara, aunque lo hagan.
Como Glenn Gould en su silla baja, como Jerry Lee Lewis sobre el piano.
Y entonces, descubrirás que ser un pianista imperfecto es mucho más divertido y auténtico que cualquier manual de perfección.
Porque al final, querido lector, tocar el piano no es un concurso de técnica, sino un acto de rebeldía, de pasión, de vivir.
Y eso, nadie te lo puede enseñar, solo tú puedes decidir vivirlo.
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Pasa un gran día.
Javi Nieto
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