Antes de volverse el dios del escenario que gritaba “We are the champions” reventando estadios, Freddie Mercury era un niño tímido.

Tenía nombre persa, dientes prominentes y un piano por mejor amigo.

Se llamaba Farrokh Bulsara, y nació en Zanzíbar en 1946. 

Su primer amor no fue el micrófono… fue el teclado.

Aprendió piano desde los 7 años y llegó a componer piezas clásicas de pequeño.

Era tan reservado, que en el colegio sus compañeros se sorprendieron cuando lo vieron tocar.

Parecía otra persona. 

Más libre.

Más fuerte.

Más auténtico.

Cuando fundó Queen, su dominio del piano fue clave para crear joyas como: 

Bohemian Rhapsody, Somebody to Love o Don’t Stop Me Now.

Y aunque en los conciertos cada vez se soltaba más, nunca dejó de componer al piano. 

Detrás de cada salto sobre el escenario, había un tipo que se sentaba con disciplina a tocar y experimentar con acordes.

Porque la genialidad no es solo energía desbordada.

Es práctica. 

Es pasión.

Es repetir hasta que algo suena tan tuyo... que no lo puedes evitar.

Si tú también sientes que al sentarte frente al piano sale una parte de ti que no puedes mostrar en otro sitio...

Aquí vas a poder hacerlo libremente

(Por cierto, los que ya están dentro van a descubrir muy pronto algo especial).

No puedo decir más.

Arriba.

Pasa un gran sábado,

Javi 

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