Tengo 3 hijos, son mis grandes maestros y la brújula que guía mi vida. Hace algunos años mi hijo Julián estaba en casa de un compañero y se cayó en una resbaladera golpeándose la muñeca, la mamá de su compañero me llamó alarmada porque el niño no dejaba de llorar. En ese momento ni su mamá ni yo podíamos ir directamente a atenderle. 

Entonces hablé con él y le pedí que me contara que había pasado y qué sentía. Le pregunté de qué color visualizaba el dolor, y me dijo: color negro, a partir de ese momento le expliqué:

“Concéntrate en mi voz, con cada palabra que te vaya diciendo agrégale una gota de color blanco a tu dolor hasta que la puedas ver totalmente blanca, no puede haber nada color negro.”

A partir de ahí me escuchó y fue calmándose, dejó de llorar, en ese punto le pedí que me dijera un color que le diera paz, tranquilidad, fortaleza. Y me dijo: el azul. A lo que continué induciendo al estado meditativo: 

“Vas a ir imaginando, poco a poco cómo el dolor se transforma en color azul”

A los pocos minutos no sólo dejó de llorar, sino que además se fue a jugar. Más tarde cuando finalmente lo llevamos al médico ¡tenía una fractura!

Es evidente el poder que tiene la conciencia y la mente sobre nuestro cuerpo y nuestra realidad. Ese día Julián no sólo me mostró lo valiente que es, la templanza que tiene sino también que él y todos nosotros podemos manejar nuestra mente, dirigir nuestra atención a pensamientos y visualizaciones. 

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Nos vemos allá,

Bonil Illingworth